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Querido diario l Candados


Querido diario…


Así empezaba todas las hojas de mi diario de niña.


El ritual siempre era el mismo, lo sacaba de mi escondite de abajo del colchón (ilusa), abría el candado con las llaves de metal -que si le dabas con un poco más de fuerza de la que debías se quebraran- y lo abría.


Apenas esas hojas aparecían te inundaba el olor perfumado. Todavía puedo olerlo, me empalaga.


Las hojas eran de tres colores, rosas, celestes y lilas. A medida que ibas avanzando la cosa iba cambiando. Yo iba cambiando.


Tenía la tapa acolchonada, los colores andaban entre lilas, celestes, algún detalle en relieve con dorado, algo de flores y una mujer dibujada. Lo que daría por tenerlo hoy, seguro estaría lleno de respuestas…


Me sentaba en el escritorio rosa pintado por mi abuela, elegía una de mis mil lapiceras de colores (las bics violetas, rosadas, verdes, la plateada, la dorada, a veces hacía mix - si, se lo que estás pensando - ) y empezaba a escribir.

El nivel de sincericidio seguro era bastante grande, aunque siempre tenía en mente que era un arma de doble filo porque mis padres podían leerlo.


Ahí empecé a experimentar la verguenza, la verguenza de decir y ser lo que realmente era, reprimir lo que verdaderamente quería. ¿Sabes de lo que te hablo

Cuando lo que te dicen que debes ser y hacer te empieza a comer de a poco.


Ese diario estaba lleno de cosas, pegotines, entradas de cine, de bowling, dibujos, tarjetas de cumpleaños, muchos corazones, siempre dibuje muchos corazones…


Mis dramas siempre se manejaban entre éstos tópicos: el que me gustaba de turno, dramas con amigas, peleas con mi hermana, temas con mis padres, al menos estos son los que me acuerdo.


Siempre escribía en cursiva y terminaba firmando. Como si para darle cierre al tema necesitara confirmarlo. Todavía lo hago.


Cerraba el candado, devolvía el diario a su escondite y las llaves al cajoncito secreto de mi lámpara de luz.

Esta vez el diario va sin candados, sin escondite y sin verguenza.


Querido diario, hoy no dejo que nadie me diga como tengo que ser ni sentir, ni siquiera yo misma.


Ana.

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